miércoles, 30 de diciembre de 2020

Libros (2020)

Un buen libro hace que el día se te pase más rápido. Se levanta uno más contento, espera con ansiedad infantil el momento de lectura y, una vez entre las manos, la mente vuela lejos de cualquier preocupación. Estos son los libros que he leído en 2020.

jueves, 8 de octubre de 2020

The power to create happiness

PÍLDORA #4
I'm sorry, but I don't want to be an emperor
That's not my business

I don't want to rule or conquer anyone
I should like to help everyone if possible
Jew, Gentile, Black Man, White
We all want to help one another, human beings are like that
We want to live by each other's happiness, not by each other's misery
We don't want to hate and despise one another
And this world has room for everyone, and the good Earth is rich and can provide for everyone
The way of life can be free and beautiful, but we have lost the way
Greed has posioned men's souls, has barricaded the world with hate, has goose-stepped us into misery and bloodshed
We have developed speed, but we have shut ourselves in
Machinery that gives us abundance has left us in want
Our knowledge has made us cynincal
Our cleverness, hard and unkind
We think too much, and feel too little

More than machinery, we need humanity
More that cleverness, we need kindness and gentleness
Without these qualities life will be violent, and all will be lost
The aeroplane and the radio have brought us closer together
The very nature of these inventions cries out for the goodness in men, cries out for universal brotherhood, for the unity of us all
Even now my voice is reaching millions throughout the world - millions of despairing men, women, and little children, victims of a system that makes men torture and imprison innocent people
To those who can hear me, I say, do not despair
The misery that is now upon us is but the passing of greed, the bitterness of men who fear the way of human progress
The hate of men will pass, and dictators die, and the power they took from the people will return to the people
And so long as men die, liberty will never perish
 
Soldiers! Don't give yourselves to brutes, men who despise you, enslave you, who regiment your lives, tell you what to do, what to think and what to feel!
Who drill you, diet you, treat you like cattle, use you as cannon fodder
Don't give yourselves to these unnatural men, machine men with machine minds and machine hearts!
You are not machines! You are not cattle! You are men!
You have the love of humanity in your hearts! You don't hate!
Only the unloved hate, the unloved and the unnatural!
Soldiers! Don't fight for slavery! Fight for liberty!
In the 17th Chapter of St Luke it is written: "the Kingdom of God is within man", not one man nor a group of men, but in all men! In you!
You, the people have the power, the power to create machines
The power to create happiness!

You, the people, have the power to make this life free and beautiful, to make this life a wonderful adventure
Then, in the name of democracy, let us use that power, let us all unite
Let us fight for a new world, a decent world that will give men a chance to work, that will give youth a future and old age a security
By the promise of these things, brutes have risen to power.  
But they lie! They do not fulfil that promise. They never will!
Dictators free themselves but they enslave the people!
Now let us fight to fulfil that promise!
Let us fight to free the world, to do away with national barriers, to do away with greed, with hate and intolerance
Let us fight for a world of reason, a world where science and progress will lead to all men's happiness
Soldiers! In the name of democracy, let us all unite

lunes, 17 de agosto de 2020

Lo nunca visto (II)

Es en este contexto histórico de ciencia, arte y comercio donde trascurren las aventuras de nuestra inquieta y curiosa protagonista, Antonie. Nacida en una pequeña ciudad al sur de La Haya, de canales y flores, sin estudios conocidos y de oficio, comerciante de telas y mercería.

—María ven aquí, rápido —exultante y nerviosa no puede evitar llamar a su hija pequeña—, en el agua de lluvia hay unos animalitos, son demasiado pequeños.
—¡Nadan y dan vueltas! —La hija salta y gira en el aire intentando imitar el extraño comportamiento de aquellos bichos diminutos que acaba de observar a través de la mágica lente. —¿Vienen del cielo?
—No lo creo, hija —Antonie queda dubitativa al tiempo que ambas escuchan la llamada de una voz conocida desde el salón. —No le digas nada a tu padre y lávate las manos antes de comer.

La pasión de Antonie por la observación a través de lentes surge a edad temprana, casi por casualidad, como suelen ocurrir las mejores cosas en esta vida. Cuenta dieciséis años cuando se muda a Ámsterdam y empieza como aprendiz de tratante de telas. Con el fin de detectar la calidad de la mercancía, le proporcionan una lupa montada en un pequeño soporte, utilizada por los comerciantes textiles con regularidad, que amplía la visión hasta casi triplicar el tamaño de lo observado. Tras cinco años en el negocio textil y especializada en la selección de género, regresa a su ciudad natal con la experiencia necesaria para abrir su propia tienda de telas. Mujer meticulosa y creativa, considera un despropósito andar comprando lentes y decide crearlas ella misma. Visita tiendas de óptica, frecuenta alquimistas, orfebres y boticarios y curiosea sus métodos secretos con el fin de dominar el arte de los metales y el soplado del vidrio. Así aprende los procedimientos necesarios para la talla de lentes. Confecciona unas primeras lentes biconvexas montadas sobre sencillas platinas de latón, que se sostienen muy cerca del ojo. A través de ellas puede observar objetos, que monta sobre la cabeza de un alfiler, ampliando su tamaño doscientas veces. Hecho asombroso y revolucionario que le hace caer de espaldas en su primera observación. Azotada por una mezcla de confusión, pérdida de foco visual y sorpresa indescriptible debida al descubrimiento de mundos minúsculos allá donde no se esperaban. Acaba de nacer la microbiología.

La obstinación le incita a la creación de sus propias lentes y estas le empujan a la observación obsesiva y curiosa no ya solo de tejidos y mercadería textil, sino todo cuanto cae en sus manos. Examina pétalos de tulipanes y otras flores, hilos de lana de oveja, cabellos, cuyos finos filamentos se transformaban, por virtud de su pedacito de cristal, en troncos gruesos, hojas caídas, el interior de algunas semillas, astillas de madera, desventurados insectos... No por azar examina también una gota de lluvia, aquella que enseña con asombro y emoción a su hija en la anterior escena de este relato. Se adentra en los dominios de dios y puede ver los engranajes de su creación, glóbulos rojos, espermatozoides, vacuolas... Descubre nuevos seres, sus animálculos como ella los bautiza, microorganismos como bacterias, hongos, infusorios y protozoos. Distinción y nombres todos ellos asignados con posterioridad. Todo es mágico e increíble.

Alejada toda su vida del ambiente universitario y desconocedora del mundo científico deduce, no obstante, la conveniencia de compartir sus asombrosos descubrimientos y magníficos avistamientos. Escribe, en su lengua natal y única conocida por ella, cartas a las principales academias de ciencia europeas, a la Royal Society londinense y a la Académie des Sciences parisina, sin obtener traducción, credibilidad ni respuesta alguna. Es por esto que decide centrarse plenamente en sus observaciones y perfeccionar, más aun, el pulido de sus lentes. Llega a un nivel de sofisticación tal, que las lentes empiezan a descomponer los objetos observados en extrañas capas de color. Una descomposición cromática que no distorsiona ni afecta en modo alguno a la definición visual de los objetos y su enfoque, siendo cada vez más detallados, ofreciendo una silueta fina y perfilada. La aberración cromática estalla en una especie de aura luminosa que envuelve al objeto perfectamente enfocado, como una nube trasparente multicolor. Empieza a observar con estas nuevas y enigmáticas lentes escamas de su propia piel y evidencia como emiten distintos mapas de color según el momento. Tras un tiempo de medidas inciertas, detecta un patrón abrumador. El color observado se corresponde claramente con los sentimientos que le invaden en el momento de la muestra. Si se encuentra relajada y contenta, las lentes reflejan unos colores vívidos y cálidos. Por el contrario, en algún momento de desasosiego o enfado, el espectro cromático aparece más bien frío y tenue. ¿Puede esto ser cierto? Con el tiempo, aprende a detectar con más fiabilidad el color asociado a cada tipo de sentimiento. Nunca aparecen solos, pero sí es posible detectar la marca única de cada uno, como un puré de emociones. Puede definir así las frecuencias visuales del espectro sentimental humano y categorizarlas. Bondad, Amor, Enojo, Deseo, Miedo, Compasión, Alegría, Culpa, Gratitud, Frustración, Felicidad, Sorpresa, Hostilidad, Tristeza y Esperanza.

Con el fin de comprobar sus averiguaciones y acreditar la veracidad, expande de forma geográfica los experimentos por su barrio. Aprovecha cruces y saludos con sus vecinos para tomar, con no poco disimulo, muestras minúsculas y partículas de objetos tales como sombreros, guantes, cestas, mandiles y herramientas. Así puede analizar la luz desprendida por artesanas y comerciantes de su ciudad, como el panadero, el herrero, el carpintero o el barbero. Muestras que, bajo la luz de sus prodigiosas lentes, le permiten mirar y adentrarse en lo más profundo de sus almas. Sabedora de sus miedos, alegrías, sueños y faenas, es capaz de empatizar con cada una de las personas con las que tiene trato. Como si la naturaleza le hablase a través de la luz de sus auras, como si hubiese aprendido un dialecto del lenguaje del universo. Solo hay uno de los experimentos realizados que no consigue entender. «¡Es todo luz!», exclama cada vez que intenta analizar algún objeto o muestra tomada de su propia hija. El aura cromática mostrada por la lente converge en una única fuente de luz cristalina y brillante, como si de ella un sol naciese. Limpia entonces con esmero las lentes y toma una nueva muestra de alguno de sus juguetes de animales de madera tallada o esos graciosos trapos con cabeza que proceden de España, a los que da vida la mano infantil. Pero el resultado es el mismo. El despliegue de una luz blanca, pura y cegadora. Una luz impenetrable que irradia paz y armonía. Una demostración de luz que solo ocurre con las muestras de su querida y traviesa hija, de espíritu vivo y alegre. ¿Qué significa todo aquello? Descartado el error como explicación y tras un período de incertidumbre, la respuesta cruza limpia y fugaz por sus pensamientos. Está claro, solo una explicación es posible. Entonces comprende que hay seres que son pura luz, mezcla de colores brillantes y vida, llenos de sentimientos y capaces de iluminar cualquier rincón del universo. Seres que vibran a frecuencias que abarcan todo el espectro posible, inconmensurables, cuya radiación es capaz de calentar las regiones más frías y recónditas. Seres cuyo reflejo es capaz de iluminar lo mejor de cada persona. Seres de cuya luz todo nace. Seres de luz.

Lo nunca visto (I)

A principios del siglo XVII, Cervantes relataba, a través de su caballero de la Fe, la decadencia del esplendor de un imperio que jamás volvería a brillar, salvo su pintura y su poesía. Pocos años después, Velázquez retrataba para la posteridad el último fogonazo con éxito del ejército de aquel imperio que dominó el mundo. Un ejército que había sometido a una pequeña unión de provincias, a la postre, los Países Bajos. Dicha unión de pueblos holandeses, a pesar de su rendición, contribuiría a lo largo de aquel siglo, a una explosión científica de ideas revolucionarias y conocimientos asombrosos, tanto en física y astronomía como en biología. Todo ello gracias a la destreza en el pulido y el uso de unos pequeños objetos de vidrio, del tamaño de una lenteja, a la que deben su nombre, capaces de desviar la trayectoria de la luz. Unos objetos, llamados lentes, que pusieron el foco en la filosofía natural de aquella época y consiguieron transformarla en lo que hoy conocemos como ciencia moderna. Unas lentes que abrieron los ojos a un mundo que nunca ya los pudo cerrar.

Holanda sería en aquel siglo una especie de «Lenses Valley» post-renacentista. Un siglo donde Galileo, a través de las lentes de un telescopio holandés, pondría el universo patas arriba con el avistamiento de las lunas de Júpiter. Donde Spinoza, un eficaz pulidor de lentes nacido en Ámsterdam, cogería nuestras almas y nos haría uno con la naturaleza a través de una misma sustancia. Un siglo de una lucha incesante y desigual por el monopolio de la óptica, entre Huygens, otro holandés, con su pionero tratado ondulatorio de la luz y Newton, con su modelo corpuscular de proto-fotones. Un siglo de lentes y ópticas, y el deseo de observar más allá de lo que ven los ojos. La pasión de mirar, de ver las cosas como son, de descubrir lo que no se ve a simple vista. Reinventar la mirada. El comienzo de la exploración de lo infinitamente grande y de lo inmensamente pequeño. El dominio de la luz.

Una luz holandesa que alumbró no solo la ciencia, sino incluso el mundo del arte, a través de sus pintores, otorgando en sus composiciones a la iluminación y sus juegos un protagonismo no visto antes. Una fusión entre arte y el estado de la ciencia en aquella época, plasmada de un modo sublime por Rembrandt en su revolucionaria y casi herética «Lección de anatomía del Dr. Tulp». Un siglo de luz holandés donde, no es de extrañar, un tercio de todos los libros en el mundo se publicaban en Ámsterdam. Una ciudad, a la sazón, eje no solo cultural, sino también comercial de Europa, siendo su principal adversaria en este terreno, Venezia, brutalmente golpeada en aquel entonces por la peste bubónica. A pesar de la invención con fines médicos de sus famosas máscaras carnavalescas, las laxas medidas sanitarias adoptadas, al no querer llevar a cabo la pertinente cuarentena con el fin de no obstaculizar el comercio, derivaron en la caída de esta ciudad como potencia marítima y comercial, una caída de la que solo conseguiría recuperarse siglos después en forma de turismo. Pero eso es otra historia.

lunes, 4 de mayo de 2020

«Yo valgo por ciento»


Érase una vez una hormiguita que, vagando por el mundo, encontró una gran montaña de azúcar. Muy contenta con su descubrimiento, sacó de la montaña un grano y lo llevó a su hormiguero. «¿Qué es eso», preguntaron sus compañeras. «Esto es una montaña de azúcar», replicó orgullosa.

Así es como comienzan todas las grandes empresas. Un viaje de mil millas comienza con un primer paso, como bien sabía Lao-Tse. La hormiga, nuestra protagonista. La heroína que despierta un día con un sueño y emprende con ánimo inquebrantable el primer paso del camino. Convencida de que el mundo es su creación y no una simple representación. Sabedora y confiada de que cuando necesite alas, tan solo tendrá que mirar al cielo con detenimiento por unos instantes. Como el marinero que se echa a la mar convencido de ser el dueño de los vientos. No hay negociación, excusa ni demora, tan solo energías y acción. El destino, gigante acomodado y perezoso, disfrazado de diablo, intenta detener al obstinado marinero, «No podrás soportar la tormenta». El marinero mira directo y sin miedo a los ojos del porvenir y ve su propio reflejo. «Yo soy la tormenta», grita, al tiempo que suelta amarras, despliega velas y da comienzo a su viaje.

Muchos personajes de la historia han sido “tormenta”, fe inquebrantable y avance constante, forjadores de destinos y creadores de realidad. Grandes maestros los griegos en este arte del movimiento perpetuo, crecimiento en espiral y el uso de motores vitales que parecen no requerir consumo alguno. O más bien, del encuentro de fuentes de energía de producción infinita. Héroes con fuerza de dioses, capaces de descabezar hidras, volar hacia el mismo sol, sin miedo ni prudencia, engañar al señor de los infiernos, matar gigantes y cíclopes, silenciar sirenas, desentrañar laberintos… Ulises regresando desde las profundidades, encontrando el camino de vuelta a casa. Atenea, protectora de ciudades, experimentada agricultora y generosa en dádivas y ciencias. Mitos y realidades. Sócrates, imperturbable aceptando con serenidad su injusta condena, sin huir ni renunciar a sus palabras, a su fe ni a su sosiego. Alexandros, de voluntad imparable, generador de soluciones y desarmador de nudos imposibles y conflictos irresolubles. Como don Quixote, domador de leones salvajes, defensor ciego de injusticias, enderezador de tuertos y desfazedor de agravios. «Yo valgo por ciento», proclama, espada en mano, enfrentándose a la gloria. ¿Acaso frase alguna perfiló confianza tal?

Pero, ¿dónde trazar la línea que separa la valentía de la inconsciencia, la imprudencia de la convicción, la fe del conocimiento? Estos personajes heroicos, ¿acaso nunca dudaron? No, estos. Sí, otros tantos. El desmayo del héroe. ¿Una grieta en la confianza conseguirá que todo un muro se tambaleé? Incertidumbre y duda, señales inequívocas del genoma humano. En qué momento surge la visión romántica de esta quiebra de fe. Jesús, con su delicada humanidad en aquel huerto rodeado de olivos, lleno de dudas, sudor y miedo. Galileo, abjurando de lógicas y herejías para salvar su vida, justo antes de entrar en el olimpo científico y abrazar la eternidad. Arjuna, y su corazón en sombra ante la inminente y tormentosa batalla del espíritu. Juana de arco, vestida con “ropa de hombre” ante un cierto veredicto, tornando voces celestiales por diabólicas proclamas. Hasta nuestro emblemático caballero de triste semblante y ánimo incorruptible, abriendo su pecho y alma ante su pancista escudero, camino de la inmortalidad, «no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos». ¡Abismáticos pasajes!, ya nos advirtió Unamuno.

En películas y ficciones, la solución es sencilla. Deux ex machina. Dios interviene, cambia un par de leyes naturales y salva y consuela a nuestro héroe, que desempolva su ánimo aletargado y dobla el vigor y la determinación tras el breve momento de requiebro y anestesia. Así como Krishna ordena los pensamientos de Arjuna o Yahveh consuela a Job, «¿dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?». Y la fe queda restablecida, sin mácula. El camino se andará, el triunfo es inminente. Esta noche se cenarán manjares en la mesa del destino.

Y nosotros, que no somos héroes ni heroínas, ¿qué podemos hacer ante un hálito de desaliento? A qué dios podemos recurrir ante un inesperado, por inoportuno y repentino, decaimiento del ánimo. Cómo proceder cuando la vacuidad inunda el significado de nuestras acciones y la fuerza abandona los músculos de nuestra determinación. Cómo resolver una partida de ajedrez, cuando la única jugada con garantías es no mover. Es sencillo. No es necesario romper el tablero, ni esperar intervención divina alguna. Persistir y ser pacientes, mientras todo se acomoda. Nada está perdido mientras no se deja de buscar. Porque todo viaje exterior refleja un camino interior de idéntica distancia, una travesía personal surcada de hondos abismos y desfiladeros abruptos que solo podremos superar con pasos ciegos, saltos de fe y confianza. Para recorrer el sendero antes hemos de convertirnos en sendero. Transformar nuestras huellas en camino y hacer camino al avanzar. Qué ocurre cuando no podemos cambiar la situación ni el paisaje que se nos muestra. El reto es claro, debemos cambiarnos a nosotros mismos. Muevo el peón, pronto se convertirá en dama. Jaque.

martes, 24 de marzo de 2020

Labyrinth

«If she'd a kept on goin down that way, 
she'd a went straight to the castle»

Es indiferente apostar por cualquiera de los lados de un clásico dado lanzado al aire. Del uno al seis, todos tienen la misma probabilidad. Pero si alguien tirase dos dados a la vez y tuvieras que apostar por la suma de ambos, ¿qué número elegirías?

En la vida, a veces, resulta difícil tomar decisiones. Sea por exceso de información o defecto; sea por miedo a —volver a— equivocarnos o incluso, en algunas ocasiones, por temor al propio acierto; sea por la ansiosa sensación de perdernos un camino mejor, de no haber escogido de entre todas, la mejor decisión posible; sea por la inseguridad de nuestra débil voluntad; sea por la energía menguante de nuestra rutina cotidiana. Decidir es empresa compleja, no cabe duda.

Tal vez sería más sencillo si consiguiésemos trasladar nuestra toma de decisiones a un modelo estadístico bien calibrado. Una ecuación mágica, extraída del resultado de experiencias anteriores, que nos recetase la medicina correcta en cada situación. Pero no es matemática fácil. Estaríamos hablando de unos números grandes, gigantescos, de medida impracticable. Números inverosímiles que escapan a nuestro entendimiento.

Veamos un ejemplo. Juguemos. Doblemos por la mitad una hoja de papel y doblémosla, de nuevo. Dos veces van. Doblemos otra vez y volvamos a doblar. Cuatro, ahora. Parece juego menor, infantil, pero no conseguiremos doblar la hoja más allá de siete u ocho veces. Aplicando razonamiento geométrico, podremos calcular fácilmente el grosor de nuestro ensayo. Dos, por mitad, elevado a ocho, por doblez, dan un total de doscientas cincuenta y seis veces el grosor original. Sigamos jugando. En el utópico caso de disponer de una hoja kilométrica y fuerza titánica, seguiríamos plegando. ¿Cuántas veces? Llegado el cuadragésimo doblez, nuestro dúctil papel cubriría la distancia que separa la Tierra de la Luna. Un aumento extraordinario y antiintuitivo. Doblándolo unas pocas veces más, alcanzaríamos el Sol. Si consiguiésemos doblar más incluso este monstruoso amasijo de celulosa reciclada, unas sesenta veces, cubriríamos la distancia de un año-luz. Y en el doblez centésimo primero, habríamos cubierto la extensa superficie del universo por completo. La expresión «Dame una hoja de papel y te llevaré a la luna» se colma aquí de romanticismo.

Sigamos con otro ejemplo. «Un uno seguido de ceros hasta que te canses de escribir». Un gúgol es el número creado por la "imaginación" estética de un niño de nueve años. Un uno seguido de cien ceros. Un número bonito, pero inconcebible al intelecto ni la razón. No presenta particular importancia en la ciencia ni en las matemáticas y apenas tiene usos prácticos, más allá de dar nombre al principal buscador de internet, en exagerada referencia al número de resultados que despliega su motor en cada búsqueda. Ni siquiera hay tantos átomos de hidrógeno en el universo conocido.

Si se me permite, transformaré el silencio en consentimiento y añadiré un tercer ejemplo. Fantaseemos —ya lo hizo Borges—, con una biblioteca que almacene todos los libros posibles e imaginables. Un único ejemplar por cada libro. Libros escritos por mano divina, guiada por el azar, usando los caracteres del alfabeto latino, pongamos en este ejemplo. Caracteres ordenados sin sentido literario ni concierto lingüístico, sin ley gramatical ni medida artística. Como fichas de dominó volcadas sobre la mesa dispuestas por la providencia de la gravedad. ¿De cuántos ejemplares estaríamos hablando? Simplifiquemos en pos de la cordura y en lugar de libros, tomemos relatos con una extensión no mayor de mil caracteres. Acudimos a la fórmula matemática de las variaciones de elementos tomados numeradas veces con repetición. Veinticinco ingredientes disponibles, como son los caracteres latinos, tomados en montones de mil, con posibilidad de repetición, para relatos de la extensión dada, nos dan un total de... ¿cómo? Un uno seguido de cerca de mil cuatrocientos ceros. Resultado absurdo. Un número al que no nos acercaríamos ni contando los pasos dados por una hormiga que cruzase el universo de un extremo a otro. Incluso si sumamos los pasos de las decenas de millones de ellas que conforman toda una colonia.

Dados los innumerables matices, recovecos y ángulos que presentan todas las situaciones que enfrentamos en nuestra vida cotidiana, ¿podríamos tomar decisiones ajustadas a fórmula en base a números de esta magnitud? No parece sensato ni viable. No al menos con nuestros cerebros ejerciendo el papel de calculadoras. Nos ocuparía varias generaciones tomar la decisión correcta, por mínima que fuese. Del todo impracticable. He aquí que surge la fe, o la esperanza, según gustos y conveniencia. Porque estos números, aunque vastísimos, no son infinitos. Incluso llegado el caso extremo, es ciencia conocida la existencia de grados en el infinito. A saber, hay infinitos más grandes que otros. Entra una brisa fresca por la ventana, volverá a amanecer. Tiremos los dados.

Si dios fue capaz de crear todas sus leyes físicas y las constantes cosmológicas que rigen nuestro universo en un suspiro de Plank, es decir, el pedazo de un segundo dividido en tantas porciones como un uno seguido de cuarenta y tres ceros, ¿no seremos nosotros, humildes humanos, capaces de elegir qué camino tomar cada día? A nuestro favor juegan una serie de factores camuflados que, tomados en valiosa consideración, harán de nuestra vida un trayecto más despejado y de nuestra cabeza, un lugar más liviano.

En primer lugar, aunque de apariencia fútil, incontestable, nadie ha sido capaz de doblar una hoja más de trece veces. Nos nos daría para llegar ni a la vuelta de la esquina. Una pragmática despedida del romanticismo. En segundo lugar, aunque google sea capaz de ofrecernos más coincidencias que estrellas hay en el universo, seamos realistas. ¿Quién ha mirado alguna vez la segunda página de resultados? Quizá sea uno de los lugares más adecuados para esconder secretos. En tercer lugar, aquella biblioteca sería un lugar mágico por sus ensoñaciones, llena de obras ininteligibles en su mayoría, sí. Pero repleta también de obras maestras de valor artístico incalculable. El azar sería capaz de escribir relatos sublimes, incunables literarios en más de sesenta lenguas, tantas como idiomas se basan en el alfabeto latino. La providencia habría escrito las aventuras de El Quijote, las novelas de Saramago, el universo de Asimov, los poemas de Machado, la traducción del Baghavad Gita, lo fantástico y sucedido en Macondo, las ideas panteístas de Spinoza, los hábitos productivos de Covey o los oscuros relatos de Poe.

Así sucede que, si dejásemos el barco de nuestras decisiones a merced de los vientos del azar, llegaríamos a puerto en ocasiones. Después de todo, nuestra capacidad de decidir y nuestra libertad de acción, están sustentadas sobre partículas subatómicas, invisibles, y su capacidad de girar a un lado u a otro de manera aleatoria. Un giro marcado por unas leyes naturales rigurosas e inamovibles, creadas en aquel suspiro del que hablamos. Si estas leyes marcan estos giros, y estos giros, a su vez, definen nuestras decisiones, ¿qué capacidad de resolver nos queda? Podríamos sentarnos tranquilos en una silla, aceptar el inexorable destino que se nos presenta y esperar a que el universo decida por nosotros. Tendríamos la misma posibilidad de acertar -o equivocarnos-, que si nos escudriñáramos la cabeza en disquisiciones profundas y minuciosas. O no, porque si aplicamos lupa, aumentamos la escala de visión y ampliamos los matices, vemos que el diablo siempre está en los detalles.

Si simplificamos, en ejercicio atómico, nuestra capacidad de decidir a un fortuito giro eventual ya definido, la probabilidad de acierto es la mitad. La misma que la de errar. Pero no avanzar, es peor que caerse y hay lugares donde es más fácil encontrar si se busca. Si prestamos atención consciente y nos andamos listos, podemos balancear la suerte de nuestro lado. Aplicar una especie de ecuación de Schrödinger a nuestras decisiones, que nos ilumine una zona donde el hado sea más propicio y tomar decisiones con una densidad de acierto mayor. Trucar los dados de la vida y si no sale nuestro número, ¿por qué conformarse? ¡Volver a lanzarlos!

Así pues, la próxima vez que tengas que apostar por la suma de dos dados lanzados al aire, aunque a priori parezcan igual de probables todos los resultados, hazme caso, elige el 7.

martes, 3 de marzo de 2020


—Señor —le dijo—, perdóneme si le pregunto...
—Te ordeno que me preguntes —se apresuró a decir el rey.
—Señor... ¿sobre qué ejerce su poder?
—Sobre todo —contestó el rey con gran ingenuidad.
—¿Sobre todo?
El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
[...]
 —¿Y las estrellas le obedecen?
—¡Naturalmente! —le dijo el rey—. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
[...]
—Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...
[...]
—Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.
—¿Y cuándo será eso?
—¡Ejem, ejem! —le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario—, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.

(Le petit prince)

lunes, 2 de marzo de 2020

Dioses

30 Yo y el Padre uno somos.
31 Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.
32 Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
33 Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
34 Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: «Yo dije, dioses sois»?
(Juan, 10)

martes, 25 de febrero de 2020

Image result for hoy es siempre todavía«Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora,
ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos.
Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.»

Antonio Machado

lunes, 24 de febrero de 2020


«Al final del infinito...»