martes, 24 de mayo de 2022

Ensayo sobre el arte de las palabras

«Como si, al escribir, cada línea que trazo en la página con el bolígrafo se cubriera de moho y cada página que dejo atrás, cubierta con mi escritura, se abarquillara, amarilleara y se retorciera como una hoja seca. Pero yo seguiría escribiendo igualmente cada vez más rápido, para que no me arrastren el desastre y la desgracia.»

Cărtărescu

 

     Es difícil saber por qué uno coge un papel blanco y un bolígrafo y se pone a escribir el primer desvarío que pase por su cabeza. Absténgase el lector de buscar una razón científica en este texto. Ni científica, ni racional, ni lógica. Ni siquiera, meditada. Tan solo me propongo, a través de estas líneas, reflexionar y entender(me) el porqué de tan extraña necesidad, de tan extraño impulso de convertir los pensamientos en grafías. A priori, estaremos de acuerdo, que todo acto de escribir busca ser leído o leer(se), al menos por uno mismo. Pero el yo interior se revuelve en mi sillón mental y me lanza una pregunta inquietante. ¿Escribiría si tuviese la certeza de que nadie me leerá nunca? Sería esta una escritura cuya tinta se desvanece al tocar el papel como nos indica líricamente Cărtărescu en la cita inicial usada en este texto. La pregunta envuelve una respuesta de sencillez binaria. Sí o no. Conozco bien la respuesta de algunas de mis compañeras de estudio. Dos bandos diferenciados, dos tendencias marcadas. Incluso sé de alguna que dejaría de escribir si presintiese que sería leída.

     Y yo, generador de estos vientos ensayísticos, qué respondería. Acudo a voces pretéritas de autoridades literarias. A los primeros dramaturgos y filósofos griegos que escribían por y para la belleza (exiliada en la actualidad según las reflexiones de Camus). La belleza entendida como un motor de vida, como un gas que necesita expandirse y ocupar todos los espacios. La belleza entendida a través del amor. El amor a Helena y a los atardeceres. El amor disparado por la flecha de Ovidio. «Ahí tienes, poeta, el asunto que debes cantar». Cantos que necesitan escribirse con letras de eternidad. El amor como placer y la «infinita capacidad de goce» y las «intolerables ansías de escribir» que sentía Virginia. A Chloe le gustaba Olivia. ¿Acaso puede el lector encontrar construcción más hermosa? Desfiladeros en miradas imposibles de cruzar.