lunes, 4 de mayo de 2020

«Yo valgo por ciento»


Érase una vez una hormiguita que, vagando por el mundo, encontró una gran montaña de azúcar. Muy contenta con su descubrimiento, sacó de la montaña un grano y lo llevó a su hormiguero. «¿Qué es eso», preguntaron sus compañeras. «Esto es una montaña de azúcar», replicó orgullosa.

Así es como comienzan todas las grandes empresas. Un viaje de mil millas comienza con un primer paso, como bien sabía Lao-Tse. La hormiga, nuestra protagonista. La heroína que despierta un día con un sueño y emprende con ánimo inquebrantable el primer paso del camino. Convencida de que el mundo es su creación y no una simple representación. Sabedora y confiada de que cuando necesite alas, tan solo tendrá que mirar al cielo con detenimiento por unos instantes. Como el marinero que se echa a la mar convencido de ser el dueño de los vientos. No hay negociación, excusa ni demora, tan solo energías y acción. El destino, gigante acomodado y perezoso, disfrazado de diablo, intenta detener al obstinado marinero, «No podrás soportar la tormenta». El marinero mira directo y sin miedo a los ojos del porvenir y ve su propio reflejo. «Yo soy la tormenta», grita, al tiempo que suelta amarras, despliega velas y da comienzo a su viaje.

Muchos personajes de la historia han sido “tormenta”, fe inquebrantable y avance constante, forjadores de destinos y creadores de realidad. Grandes maestros los griegos en este arte del movimiento perpetuo, crecimiento en espiral y el uso de motores vitales que parecen no requerir consumo alguno. O más bien, del encuentro de fuentes de energía de producción infinita. Héroes con fuerza de dioses, capaces de descabezar hidras, volar hacia el mismo sol, sin miedo ni prudencia, engañar al señor de los infiernos, matar gigantes y cíclopes, silenciar sirenas, desentrañar laberintos… Ulises regresando desde las profundidades, encontrando el camino de vuelta a casa. Atenea, protectora de ciudades, experimentada agricultora y generosa en dádivas y ciencias. Mitos y realidades. Sócrates, imperturbable aceptando con serenidad su injusta condena, sin huir ni renunciar a sus palabras, a su fe ni a su sosiego. Alexandros, de voluntad imparable, generador de soluciones y desarmador de nudos imposibles y conflictos irresolubles. Como don Quixote, domador de leones salvajes, defensor ciego de injusticias, enderezador de tuertos y desfazedor de agravios. «Yo valgo por ciento», proclama, espada en mano, enfrentándose a la gloria. ¿Acaso frase alguna perfiló confianza tal?

Pero, ¿dónde trazar la línea que separa la valentía de la inconsciencia, la imprudencia de la convicción, la fe del conocimiento? Estos personajes heroicos, ¿acaso nunca dudaron? No, estos. Sí, otros tantos. El desmayo del héroe. ¿Una grieta en la confianza conseguirá que todo un muro se tambaleé? Incertidumbre y duda, señales inequívocas del genoma humano. En qué momento surge la visión romántica de esta quiebra de fe. Jesús, con su delicada humanidad en aquel huerto rodeado de olivos, lleno de dudas, sudor y miedo. Galileo, abjurando de lógicas y herejías para salvar su vida, justo antes de entrar en el olimpo científico y abrazar la eternidad. Arjuna, y su corazón en sombra ante la inminente y tormentosa batalla del espíritu. Juana de arco, vestida con “ropa de hombre” ante un cierto veredicto, tornando voces celestiales por diabólicas proclamas. Hasta nuestro emblemático caballero de triste semblante y ánimo incorruptible, abriendo su pecho y alma ante su pancista escudero, camino de la inmortalidad, «no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos». ¡Abismáticos pasajes!, ya nos advirtió Unamuno.

En películas y ficciones, la solución es sencilla. Deux ex machina. Dios interviene, cambia un par de leyes naturales y salva y consuela a nuestro héroe, que desempolva su ánimo aletargado y dobla el vigor y la determinación tras el breve momento de requiebro y anestesia. Así como Krishna ordena los pensamientos de Arjuna o Yahveh consuela a Job, «¿dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?». Y la fe queda restablecida, sin mácula. El camino se andará, el triunfo es inminente. Esta noche se cenarán manjares en la mesa del destino.

Y nosotros, que no somos héroes ni heroínas, ¿qué podemos hacer ante un hálito de desaliento? A qué dios podemos recurrir ante un inesperado, por inoportuno y repentino, decaimiento del ánimo. Cómo proceder cuando la vacuidad inunda el significado de nuestras acciones y la fuerza abandona los músculos de nuestra determinación. Cómo resolver una partida de ajedrez, cuando la única jugada con garantías es no mover. Es sencillo. No es necesario romper el tablero, ni esperar intervención divina alguna. Persistir y ser pacientes, mientras todo se acomoda. Nada está perdido mientras no se deja de buscar. Porque todo viaje exterior refleja un camino interior de idéntica distancia, una travesía personal surcada de hondos abismos y desfiladeros abruptos que solo podremos superar con pasos ciegos, saltos de fe y confianza. Para recorrer el sendero antes hemos de convertirnos en sendero. Transformar nuestras huellas en camino y hacer camino al avanzar. Qué ocurre cuando no podemos cambiar la situación ni el paisaje que se nos muestra. El reto es claro, debemos cambiarnos a nosotros mismos. Muevo el peón, pronto se convertirá en dama. Jaque.