jueves, 14 de octubre de 2021

Mis viejos discos de vinilo

Al principio eran solo momentos puntuales. Me brotaba una especie de odio desde las entrañas y transformaba mi carácter. ¡Con todo lo que te he querido! Durante esos ataques espontáneos no podía ni verte, me molestaba tu simple presencia, aunque estuvieses en otra habitación de la casa. Ese carácter tuyo tan dócil, siempre intentando conciliar... ¿Cómo podías estar siempre de buen humor? Cuando te conocí, me enamoré de todo aquello, pero, pasado el tiempo, de un día para otro, sin previo aviso, como llegan las tormentas de verano, empezó a quemarme las entrañas. Pensé que te querría siempre. Estaba segura. Y, de repente, todo ese resentimiento recorriendo mis venas. Todas esas ganas de lastimarte. Te conocía bien. Me resultaba sencillo hurgar en tus llagas y hacerte sangrar las emociones. Tú, paciente, nunca brincabas ni te revolvías. Digerías el dolor y los gritos y me dabas mi espacio. Me conocías bien.

Dónde va el amor cuando nos deja. Se escurre entre las manos como si fuese el agua de un río que se seca. ¡Duele tanto dejar de querer! Mi corazón se desintegraba y el eco de aquella onda expansiva te arrasó. Lo sé. Lo siento. Lo llevo conmigo. Me sentía atrapada entre aquellas emociones oscuras y la atmósfera densa de aquella casa. Cambié el sonido abierto de mis vinilos por unos auriculares cerrados que cubrían mis orejas y las ganas de cruzar miradas y conversaciones contigo. Y tú no hacías nada, siempre tenías suficiente conmigo. Yo te bastaba. Esa falta de ambición carcomía mis esperanzas. Te culpé de mi infelicidad. Te hice responsable de mis frustraciones. ¡Qué inmadurez por mi parte! Escapé y dejé todo atrás. A ti y a nuestras cosas. Nuestras, porque ya no sabía diferenciar qué era tuyo y qué mío. Ni siquiera mis discos de segunda mano, custodios y compañía de mudanzas y amores pasados. Nunca había permitido a nadie tocarlos. Los cuidaba con celo y ternura inagotable, como se cuida a un hijo. Pero llegaste tú. La primera vez que subiste a mi casa, agarraste uno de la estantería con decisión, lo limpiaste con la gamuza seca y lo pusiste con tanto cuidado en el tocadiscos que no supe decir nada. Sentí paz. A veces echo de menos esa facilidad que tenías de hacerme sentir como en casa siempre, de ocupar los espacios y hacerlos mejores. Esa innata cercanía emocional tuya que te hacía conectar con las personas desde el primer segundo. Esa cálida proximidad que chocaba siempre con el gélido muro de mis gestos y emociones. A veces te echo de menos, sí. La vida tiene estas cosas. A ti y a mis discos. A tu presencia y a mi colección. Quizá quiera recuperarla. Quién sabe.