jueves, 18 de mayo de 2017

NS/NC

 "Stretch.
Don't feel guilty if you don't know what you want to do with your life.
The most interesting people I know didn't know at 22 what they wanted to do with their lives.
Some of the most interesting 40-year-olds I know still don't."


La naturaleza me equipó con unos ojos bonitos y una mente analítica. De los primeros siempre he disfrutado y sacado provecho; de la segunda me ha llevado algo más de tiempo acostumbrarme y darle un uso adecuado. Una mente observadora y deductiva, analiza todo lo que ocurre a su alrededor y saca conclusiones. Una mente así se siente confiada y se adapta con facilidad a cualquier situación; aunque en ocasiones puede pecar de intransigente. Lo que a primera vista puede parecer un don, sin reparo alguno, en ocasiones actúa como una maldición. Algunas veces me gustaría ser un poco más tonto y no darme cuenta de ciertas cosas. Con frecuencia he cedido a mi mente el mando de mi vida. Me ha demostrado tomar buenas decisiones y eso me ha permitido delegar en ella en los asuntos importantes; y en los menos relevantes también. Ahora a mis treinta y tantos, siento que algo está cambiando. Hay una nueva opción entre las respuestas a las preguntas del test de la vida en la que antes no había reparado. No sabe, no contesta. Antes era incapaz de imaginar que alguien, ante una decisión importante en su vida, pudiese optar por esta respuesta, sin saber qué hacer o decir, sin analizar la situación ni las posibles salidas. Algo inimaginable en mí.

Habla un viejo proverbio chino, quién sabe, sobre un hombre agraciado al que le cayó en sorteo un caballo; desgraciado porque rompió una pierna cabalgando; agraciado de nuevo porque vino la guerra y le declararon no apto para pelear. Así sucede a menudo, los contratiempos tornan en dichas y las fortunas en desgracias. Cuando creíamos que la respuesta correcta era la A, sin duda alguna, resulta que era la B. En ese caso, la tercera opción, no sabe/no contesta, se convierte en una garantía. Bien por no entender la pregunta, por no saber la respuesta o por otros motivos sin especificar. Esto funciona solo para las cosas importantes, a saber, trabajo, dinero, estudios,... De nada sirve invertir tiempo y análisis en problemas sobre los que desconocemos variables. Es cierto que genera incertidumbre y da un valor aleatorio al futuro, pero esa eventualidad ya estaba antes de tomar nuestra decisión y seguirá, con toda seguridad, después aún camuflada. Quizá en este caso nuestra intuición a través de la experiencia sea la mejor aliada.

Cuanto menos claro tengo el futuro de las cosas consideradas "importantes" de mi vida, más claro y transparente veo el presente de las cosas menos importantes. En las preguntas de calado menor, tengo clara la respuesta. Sí sé, sí contesto. Sé que me gusta tocar el piano, patinar, ir a la montaña, escribir, viajar. Ya no dedico tiempo a lo que no me apasiona. Quizá, me he vuelto un poco radical, me apasiona o no me gusta, no hay medias tintas. Y si tengo dudas, recurro a una teoría americana, un tanto pretenciosa, acerca de la aceptación de proyectos. Si dentro de mí suena una Fuck yeah! entonces estoy dentro. Si no es así, lo dejo aparcado. Hay grandes ideas que llegan en momentos inoportunos, y malas ideas que llegan en momentos adecuados. Es por eso que ahora mi mente delega en mí algunas decisiones. Ha aprendido a fiarse y ver a través de mis bonitos ojos.

El primo Ángel

Ángel Sancho Yáñez es el menor de 5 hermanos, nacido el 21 de abril de 1942 en el pueblo de Balazote, provincia de Albacete. De familia con fuerte tradición agrícola, empezó a trabajar las tierras de su padre desde muy temprana edad, perdiendo interés por los estudios académicos obligatorios, al contrario que sus hermanos, todos ellos universitarios. De carácter afable y obstinado, heredó la tierra y el trabajo de su padre. En contra del consejo de sus hermanos, rechazó una suculenta oferta por los terrenos y se centró exclusivamente en la plantación de cebada. Trabajando de sol a sol, reintrodujo técnicas tradicionales de sembradío, algunos procesos manuales; desterró los abonos químicos y minimizó el uso de la maquinaria. Elaboró una marca propia de cerveza artesanal, de fuerte sabor agrio con triple destilado y aroma aceitunado; cerveza rurale, marca que vendió en 1999 a la cervecera extranjera del Grupo Modelo por 500 millones de pesetas. Desde entonces, sin oficio aparente más que jugar a las cartas y largos paseos acompañado de sus perros, sigue viviendo en su pueblo natal, en la casa familiar, vistiendo las mismas camisas típicas de labranza y, a la hora del aperitivo, siempre pide una cerveza rurale, cerveza que critica a cada sorbo, por el giro industrial de su sabor.