sábado, 8 de agosto de 2009

Musicalization (new age)

Un amigo mío me envió una invitación virtual para poder instalarme un programa de música online. En ese momento no le hice mucho caso, pero a día de hoy este programa me ha conquistado. Os hago extensible aquí la invitación (a modo de panfleto publicitario).

El programa requiere dar de alta una cuenta (registrarse). Es muy facilito y rápido, menos de 1 minuto. Una vez registrado permite bajarse el instalador, no más de 2 megas. Instaladlo e ingresad con la cuenta que acabáis de crear.

Una vez instalado, podéis crearos todas las listas de distribución que os imaginéis con toda vuestra música favorita, a través del buscador. Lo fascinante del programa es que podéis instalar el programa en tantos ordenadores como tengáis (casa, curro, portátil, etc.) y al acceder con la misma cuenta, tenéis disponibles todas las listas de distribución que hayáis creado. La forma de escuchar la música es streaming, no descarga. Rápido, cómodo y no ocupa espacio por mucha música que tengas en tus listas de distribución.

Obvio es gratis, aunque inserta publicidad de vez en cuando. Y además podéis compartir y enviar fácilmente las listas a cualquier otro usuario. Música sin límites. Enjoy it!

Musicalization (... y 2)


El programa napster, junto con la velocidad de conexión de la primera empresa donde trabajé (como becario, evidentemente) me permitieron hacerme con un montón de recopilaciones de música pasada, así como con cada nuevo disco que salía de cualquiera de mis grupos favoritos, y no tan favoritos.

Mientras yo grababa, y guardaba en las estanterías, mis recopilaciones en cedes de 74 minutos (siempre había alguna canción que no cabía hasta que llegaron los cedes de 80 minutos); mientras, como digo, las grandes multinacionales discográficas intentaban acabar, con más o menos razón, con esta nueva y revolucionaria forma de transmisión músico-cultural. Pero para cuando abrieron sus paraguas legales, el diluvio napster (el cual consiguieron apagar) había derivado en la filosofía “todo de todos” y surgieron nuevas redes p2p (por aquel entonces emule) que permitían el intercambio ya no sólo de música, sino de todo tipo de información, como videos, libros, documentos,…

Cuando descubría un nuevo grupo, a partir de alguna de sus canciones que escuchaba en la radio o en algún bar, pasé de bajarme, no sólo la canción o incluso el disco completo, sino la discografía entera. Llegué a tener más música en el ordenador de lo que podían aguantar mis estanterías. Y así empecé a grabar la música en los cedes directamente en formato comprimido emepetrés. Sacrificaba poder escucharlos en mi radiocede e incluso, cuando me lo dejaban, en el coche de mi madre (con un fantástico cargador de seis cedes).

Pero como en aquella época solía moverme en transporte público, para poder escuchar mis cedes en emepetrés, me compré un reproductor de cedes, al estilo walkman, de pilas (recargables), que “leía” emepetrés. En cada viaje en metro, podía elegir entre siete u ocho discos completos, con todas sus canciones, que cabían en cada cede. Fue otro de los grandes acontecimientos hasta ese momento de mi vida pre-adulta. Poco más tarde todas las mini-cadenas musicales leerían emepetrés y las radios de los coches soportarían ese formato.

Y llegó el día que cambié el transporte público por mi coche. Y llegó el día que cambié mi radiocede portátil (al estilo walkman) por un ipod, mucho más práctico, cómodo y con más capacidad que los asombrosos, en su día, cedes de emepetrés. Y me pregunto si también llegó el dia en el que acumulé más música de la que podía escuchar en toda una vida. Y veo que no. Hago mis cálculos, mis más de trescientos gigas de música acumulada no me llevarían ni siquiera un año entero escuchándola ininterrumpidamente. Así que supongo que tampoco es tanta música.

Musicalization (1...)


Fue a finales de 1996. Había leído acerca de una emergente red de redes que sería capaz de conectar el ordenador de mi casa con otro ordenador situado en el mismísimo edificio de la nasa; algo que iba a revolucionar el mundo científico y de la educación. A la postre revolucionaría esos mundos y toda la sociedad en general. Y de qué manera.

Pero no quiero hablar de internet. Fue mi afición juvenil y entusiasta por la astronomía, en pleno proceso creativo, la que vio en esta red de redes la oportunidad de acceder a cientos de líneas de información y, sobre todo, fotos de planetas, nebulosas, estrellas, galaxias,…

No recuerdo bien cómo conseguí convencer a mi madre, en el rol de socia capitalista, y comencé mi andadura por internet. Me rodeé de términos como infovia, redestb, modem,… Me conectaba, armado de paciencia, a vertiginosas velocidades de veintiocho mil bits por segundo (frente a los usualmente más de tres millones de bits actuales). Una vez al día, durante no más de una hora (no existía el término tarifa plana aún), inundaba mi disco duro de casi quinientos megabytes (con su posterior copia de seguridad a infinitos disquetes de 1.44 megabytes) de todas las fotos que encontraba por “ahí”; no fuese a ocurrir que un día, de buenas a primeras, cerrase internet.

También había leído, entre las mil y una ideas peregrinas que surgían en aquella época acerca de la novedosa red de redes, que algunos ordenadores (o servidores o lo que quieran que fuesen), compartían música.

Aunque nunca llegué a cardarme el pelo, ni vestir de negro, oscuro, por aquellos días era un auténtico fan de The Cure y me puse manos a la obra a buscar todo lo que pudiese encontrar del grupo. Más fotos, carátulas para mis cintas tdk,… Y encontré un bootleg (descubriría que se llamaban así a las ediciones pirata) de un concierto de 1992. Fue uno de los momentos más excitantes de mi vida (hasta esas alturas post-adolescentes en las que se encontraba mi vida, claro está).

En ese entonces, en mi casa había una especie de cadena musical con dos altavoces, con capacidad para dos casetes, donde realizaba el pirateo típico de aquella época (de cinta a cinta). Estaba situada en el salón y sólo podía escucharse cuando nadie estaba viendo la tele. Así que fue todo un acontecimiento cuando mi padre instaló uno de los altavoces en el pasillo, tras una habilidosa ingeniería de cableado. Es así como mis tres hermanos mayores, educaron mi oído en todo tipo de registros y épocas distintas, con sus variopintos gustos musicales.

Tardé más de un mes en descargar las más de veinte canciones de aquél bootleg. Y ello, gracias a que estaban comprimidas utilizando un novedoso sistema de compresión que conseguía reducir una canción de cinco minutos, que ocupaba más de veinte megas en formato wav, en no más de cuatro o cinco megas en un formato llamado mp3, sin perder apenas calidad de audio. Me parecía algo increíble.

Un par de años después, alguien se haría con un buen montón de dinero con esta idea, intermediando entre las necesidades musicales de miles de personas a través de un programita llamado napster, que dinamitaría los cimientos de la industria discográfica mundial.

domingo, 2 de agosto de 2009

Summertime


Como ya llegó agosto, os comparto este anuncio comercial. Más allá de un simple anuncio, es un videoclip genial con sabor a verano. La historia de unas vacaciones y de todo lo que puede pasar en los largos días verano y sus noches. Un cortometraje musical que destila la esencia del verano.