lunes, 31 de julio de 2017
El mejor verano de mi vida
El mejor verano de mi vida sucede en un pequeño pueblo, en la ladera de una montaña. Un pueblo de días en la calle, tardes en el río y noches de manta; un pueblo de jugar en la calle a la pelota y apartarse a un lado cuando aparece un vecino en su coche; un pueblo de no llevar candado en la bici, dejarla tirada en la acera y olvidarse; un pueblo con un solo parque, decorado con una fuente de agua potable, verdes mirtos y babosas nauseabundas; un pueblo donde no hay edades y tres generaciones se juntan a tomar el aperitivo en el único bar que hay; un pueblo de una sola pista de fútbol-sala, siempre abierta, a cualquier hora; un pueblo donde todo el mundo conoce al doctor, al cura y al maestro; un pueblo donde no tienes nombre, tus amigos te ponen un mote y los mayores te conocen como "el de la Juanita"; un pueblo de hogazas, de paseos al huerto para coger tomates y de cocinas de gas; un pueblo de casas con buhardilla, llenas de tíos y primos, con la puerta siempre abierta y las sillas sacadas a la calle; un pueblo de paellas en la vera, melocotones que huelen a fruta y guindas cogidas de lo alto de los árboles; un pueblo de perros callejeros sin correa, de jugar a las chapas, al escondite y al salto al pollo; un pueblo con un camino hacia el río lleno de moras, ortigas y lagartijas; un río de agua fría y transparente, piedras grandes y redondas y bocadillos de chorizo envueltos en albal; un pueblo de cenas en familia y paseos nocturnos con helado de chocolate; un pueblo con noches de estrellas, luciérnagas y colchones tirados en el suelo.
El mejor verano de mi vida sucede en un pequeño pueblo así descrito, ya sea a la edad de diez años o con treinta y cinco.
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