
- Todos los días a media mañana le veo venir con un cubo, echar la caña, pescar media docena de peces y regresar por el camino del muelle, caminando tranquilo. ¿Tiene suficiente con esos peces? -preguntó el inquieto hombre de negocios.
- Así es -respondió el pescador- son para mi familia. Al llegar a casa, los cocino a fuego lento a la espera de que lleguen mis hijos del colegio. Después nos echamos la siesta mi mujer y yo, para apaciguar las horas de más calor. Ya por la tarde, les ayudamos con las tareas o jugamos con ellos. Y a la hora de la puesta de sol, salimos todos juntos a dar un paseo frente a la bahía y conversamos. Y así, todos los días.
- No cabe duda de que es usted un experto pescador -añadió el hombre de negocios-. Debería usted venir no con uno, sino con dos cubos y pescar el doble de peces. Así podría vender el sobrante y ganar algo de dinero.
- ¿Y para qué querría más dinero? -se mostró extrañado el pescador.
- Con el dinero que gane podría comprar una segunda caña, y pescaría el doble de peces en el mismo tiempo -siguió con lógica deducción el hombre de negocios-. Así podría ganar aún más dinero.
- ¿Y para qué querría más dinero? -seguía confuso el pescador.
- Pasados unos meses, con el dinero que hubiese ganado podría comprar una barca y una red, adentrarse en el mar y pescaría muchos más peces. Así ganaría más dinero.
- ¿Y para qué querría más dinero? –continuaba sin comprender el pescador.
- En diez años con el dinero ahorrado podría comprar más barcas y más redes, subarrendarlas y así otros trabajarían para usted y ganaría más dinero -el hombre de negocios empezaba a mostrarse eufórico.
- ¿Y para que querría más dinero?
- En quince o veinte años, con la reputación adquirida podría sacar su empresa a bolsa. A la vista de los buenos resultados asegurados sus acciones subirán como la espuma y finalmente podría vender todas sus participaciones. Así se haría millonario y no tendría nunca más que volver a trabajar -sentenció con aire triunfador el hombre de negocios.
- ¿Y qué haría entonces? -dijo el pescador sumergido en una gran duda.
- Pues llegado ese día, usted podrá dedicarse a lo que más le guste, como pescar, cocinar para su familia, jugar con sus hijos, pasear con su mujer, conversar...
- Esta bien, muchas gracias por el consejo, pensaré en ello -sentenció el pescador-. ¡Que tenga un buen día!
- Igualmente -dijo el hombre de negocios con la palabra en la boca.
Todos deberíamos ser "pescadores", ¡como tú!
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