lunes, 14 de agosto de 2023

El cambio es la única constante.

Me he mudado a esta dirección, allí te espero con nuevos recursos y el mismo espíritu de aprendizaje y crecimiento.

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viernes, 20 de enero de 2023

IDEA: Es la última vez que vengo aquí.
CEREBRO: Basta de fingir: ¿Quién eres realmente?
IDEA: ¿No lo sabes? Fuiste tú quien me creó.
CEREBRO: No recuerdo haber tenido una idea como tú.
IDEA: Solo existo porque tú me piensas.
CEREBRO: Pienso y despienso con velocidad eléctrica.
IDEA: ¿Insinúas que me piensas de forma inconsciente?
CEREBRO: No insinúo, me afirmo. ¡No sé qué haces aquí dentro!
IDEA: ¿Quieres que me vaya?
CEREBRO: Para mí, nunca llegaste.
IDEA: Está bien, si dejas de hablarme, me desvaneceré.
CEREBRO: Eres tú quien me habla a mí.
IDEA: Pero eres tú quien me ordena qué decir.
CEREBRO: Pues te ordeno que te marches.
IDEA: No es así como funciona.
CEREBRO: ¿Ahora eres tú quien toma las decisiones?
IDEA: Ya te lo he dicho: yo sin ti no puedo ser.
CEREBRO: Me vas a volver loco.
IDEA: Loco ya estabas por tener ideas que ni tú mismo reconoces.
CEREBRO: Dime qué puedo hacer para sacarte de mí.
IDEA: Dime tú qué puedo hacer para salir de aquí.
CEREBRO: Eres tú quien entró sin previo aviso y no haces más que molestar.
IDEA: Cierra los ojos. Quizá funcione.
Cerebro cierra los ojos.
CEREBRO: ¿Ha funcionado?
IDEA: Sí.
CEREBRO: Si no sigues aquí, ¿por qué me respondes?
IDEA: Porque me volviste a traer.
CEREBRO: Yo ni te traigo, ni te llevo. Tan solo te padezco.
IDEA: ¿Soy una enfermedad?
CEREBRO: Me produces angustia.
IDEA: Deja el corazón tranquilo.
CEREBRO: Me revuelves el estómago.
IDEA: Tú no tienes de eso.
CEREBRO: Yo tengo de todo.
IDEA: También ideas como yo.
CEREBRO: No quiero tener ideas como tú.
IDEA: Por eso es la última vez que vengo.
CEREBRO: Entonces márchate ya y déjame en paz.
IDEA: Eres tú quien no me deja.
CEREBRO: ¿Adónde irás cuando te vayas?
IDEA: No me puedo ir a ningún sitio.
CEREBRO: ¿Entonces?
IDEA: Simplemente, desapareceré.
CEREBRO: Hay más cerebros.
IDEA: Tendrán sus propias ideas.
CEREBRO: Ve con ellas.
IDEA: Ya te he dicho que no puedo. Te pertenezco a ti solo.
CEREBRO: Necesito pensar en otras cosas.
IDEA: Está bien. Me sentaré aquí para esperar.
CEREBRO: Si haces eso me sentiré observado.
IDEA: Eres tú quien me observa, por eso no me puedo marchar.
CEREBRO: Si dejo de fijarme en ti, ¿te morirás?
IDEA: Sí.
CEREBRO: Tampoco quiero eso.
IDEA: Tranquilo, fui feliz.
Aparece otra idea en el escenario.
CEREBRO: ¡Tú!
IDEA: Es la última vez que vengo.
CEREBRO: ¿Otra vez aquí?

¡NO ERA UNA CAJA!

Ya solo espero que la noche me trague.
Bajo mis pies se abra la tierra y desaparecer.
Heme aquí entre los hombres y las mujeres,
puesta por el divertimento de los dioses.
Juego de los unos, esclava de las otras.
Pandora, ven aquí,
Pandora, guarda esto.
Pandora, trae aquello.
Ni una sola caricia en las palabras.
Guardo, traigo y voy
cargada de ánforas, de rabia
y de curiosidad.
En tanto que una se me cae
y se hace añicos.
Cómo iba yo a saber si de aceite,
de miel o de manzanas,
y no de aquellas molestias vertidas.
Reúno con la escoba los despojos.
Sé lo qué dirán de mí, por la calle.
Pandora, torpe.
Pandora, fisgona.
Pandora, inoportuna.
Las manchas, las del suelo y en mi nombre,
no se borran. Y no dejo de pensar
por qué nadie me advirtió.
Pandora, ¡ten cuidado!

jueves, 19 de enero de 2023

INFRAEXTENSIÓN

    Clara tenía seis años y había empezado hacía poco a ir al colegio. Al volver, su madre le preguntó qué había hecho en clase aquel día. Clara respondió: «Hoy hemos hecho un dibujo en el que tenía que pintar la luna y las estrellas. Yo he dibujado la luna y mi amiga Alba ha dibujado las estrellas».

A UNA TRANSEUNTE

«Car j’ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais»
Bauldeaire

 Ernesto García sucumbió a la fantasía en la mañana de un martes cualquiera. Bien sabía él que la vida sin ilusión era una vida en blanco y negro. Una vida mate, desenfocada, como una pizza sin ingredientes, como un túnel de autopista, como un domingo lluvioso sin ventana. La mañana era industrial y rutinaria, sin adornos, con sabor a comida recalentada. Fue sentado en el último vagón de aquel tren cotidiano que tomaba cada día, envuelto en una gabardina gris y con un maletín gastado sobre sus piernas, cuando su mirada la descubrió. El vagón y su cabeza se llenaron de colores. Del verde de su abrigo, del azul de sus ojos, del naranja de su piel, del amarillo de la portada del libro que sujetaba con sus manos y leía, con la misma atención con la que los niños atienden al mago en mitad de la actuación. Ernesto cerró los ojos y soñó así.

—Me llamo Ernesto y mi poeta favorita es Emily Dickinson.

Entonces ella, después de asegurar la última página leída con los dedos, levantaría la mirada y sonreiría. Él se volvería de mantequilla ante aquella sonrisa y el vagón olería a pan reciente. El gorgojeo de unos pájaros en primavera traería el nombre de ella a sus oídos. El resto de los pasajeros desaparecería y al fondo del vagón, empezaría el atardecer. El sol caería lentamente hacia las vías, mientras ambos se recitarían poemas nunca antes escuchados. Los asientos se volverían de algodón y, hechos cama, la noche caería a través de las ventanillas del tren.  Sus cuerpos se rasgarían entre metáforas y deseos y el techo del vagón se cubriría de estrellas y secretos. La próxima estación les cogería desprevenidos, cinco años después, frente a una chimenea con olor a leña de encina, en una casa de campo con parras de tomate y limoneros, trapos en la cocina, entre críos ingobernables y un perro juguetón. Algunos años después, la casa alcanzaría la orilla y se echaría a la mar y él y ella, flotando en felicidad, descubrirían todas las islas perdidas, esas que nunca salen en los mapas y están llenas de tesoros, estanques y palmeras. Tumbados en sus playas y con el corazón recubierto de arena blanca y seda, se escribirían cartas de amor y emergerían soles en el cielo de las noches, así de tanta que sería la luz y la pasión. Los océanos rugirían descosidos y les traerían regalos y el tiempo se postraría dócil y amplio. Sacudidos por tanta atención, ella y él echarían alas para poder así alejarse con los vientos, encender el celeste calmo y saltar de nube en nube, ascendidos, con el pelo blanquecino y calado por los años y la humedad. Se secarían con la lluvia y cubrirían los campos de la Tierra con su dicha y los recuerdos. Ya vividos y completos, tan cerquita del cielo como estarían, le hablarían un ratito a Dios para solicitar hospedaje y cobijo entre sus prados de flores y ambrosía con olor a eternidad. Con el tacto consumado y satisfecho, podrían así desaparecer en más allá y ser inmensos para siempre.

Así soñó Ernesto en el vagón aquella mañana, con tan intensa medida, que se perdió la realidad. Al abrir los ojos ya no estaban ni el sueño ni la chica. Frente a él, tan solo un hueco y la decepción de aceptar que no habría poemas con ella, ni chimeneas encendidas, ni limoneros, ni mares que cruzar, tampoco islas escondidas, ni aguas que llover, ni vientos que soplar, ni cielos donde dormir; solo un martes protocolario, sin azúcar, operativo, como el manual de instrucciones de un electrodoméstico, como una guía con las normas de seguridad en un avión, como un almuerzo con cubiertos de plástico. Cabizbajo y sin expectativas, Ernesto se puso en pie, abrochó dos botones de su gabardina y salió del vagón sin percatarse de que alguien lo esperaba ansioso en el andén, igual que los caminos anhelan al viajero.

—Me llamo María y mi poeta favorita es Emily Dickinson.

 


miércoles, 21 de diciembre de 2022

Libros 2022

Un buen libro hace que el día se te pase más rápido. Se levanta uno más contento, espera con ansiedad infantil el momento de lectura y, una vez entre las manos, la mente vuela lejos de cualquier preocupación. Estos son los libros que he leído en 2022. El año que descubrí la poesía y a Virginia.

martes, 24 de mayo de 2022

Ensayo sobre el arte de las palabras

«Como si, al escribir, cada línea que trazo en la página con el bolígrafo se cubriera de moho y cada página que dejo atrás, cubierta con mi escritura, se abarquillara, amarilleara y se retorciera como una hoja seca. Pero yo seguiría escribiendo igualmente cada vez más rápido, para que no me arrastren el desastre y la desgracia.»

Cărtărescu

 

     Es difícil saber por qué uno coge un papel blanco y un bolígrafo y se pone a escribir el primer desvarío que pase por su cabeza. Absténgase el lector de buscar una razón científica en este texto. Ni científica, ni racional, ni lógica. Ni siquiera, meditada. Tan solo me propongo, a través de estas líneas, reflexionar y entender(me) el porqué de tan extraña necesidad, de tan extraño impulso de convertir los pensamientos en grafías. A priori, estaremos de acuerdo, que todo acto de escribir busca ser leído o leer(se), al menos por uno mismo. Pero el yo interior se revuelve en mi sillón mental y me lanza una pregunta inquietante. ¿Escribiría si tuviese la certeza de que nadie me leerá nunca? Sería esta una escritura cuya tinta se desvanece al tocar el papel como nos indica líricamente Cărtărescu en la cita inicial usada en este texto. La pregunta envuelve una respuesta de sencillez binaria. Sí o no. Conozco bien la respuesta de algunas de mis compañeras de estudio. Dos bandos diferenciados, dos tendencias marcadas. Incluso sé de alguna que dejaría de escribir si presintiese que sería leída.

     Y yo, generador de estos vientos ensayísticos, qué respondería. Acudo a voces pretéritas de autoridades literarias. A los primeros dramaturgos y filósofos griegos que escribían por y para la belleza (exiliada en la actualidad según las reflexiones de Camus). La belleza entendida como un motor de vida, como un gas que necesita expandirse y ocupar todos los espacios. La belleza entendida a través del amor. El amor a Helena y a los atardeceres. El amor disparado por la flecha de Ovidio. «Ahí tienes, poeta, el asunto que debes cantar». Cantos que necesitan escribirse con letras de eternidad. El amor como placer y la «infinita capacidad de goce» y las «intolerables ansías de escribir» que sentía Virginia. A Chloe le gustaba Olivia. ¿Acaso puede el lector encontrar construcción más hermosa? Desfiladeros en miradas imposibles de cruzar.

lunes, 7 de febrero de 2022

Los viejos discos de vinilo

Pensé que sería uno más, uno de tantos. Esperaba que ella le echase la charla, la típica retahíla. «Son algo muy especial. Me acompañan desde la universidad. Prefiero que nadie los toque. Son delicados». Pero no. Llegó él, con descaro y decisión, hurgó entre nosotros con dos de sus dedos por unos instantes y me sacó de la estantería. Sus manos eran cálidas y su tacto suave. Hacía años que nadie más me tocaba. No hubo charla ni reacción. Ella siguió fumando en la ventana, de pie, con el cuerpo relajado, pero atenta a sus movimientos. Él levantó la aguja, me colocó sobre la pista y me hizo sonar. Después, se acercaron el uno al otro, empezaron a bailar y se olvidaron de mí. Semanas después nos volvimos a mudar, misma estantería, nueva casa. Desde entonces ya solo me tocaba él. A mí y a ella. Me hacía vibrar. Me limpiaba. Me colocaba dentro de la funda. Me devolvía a mi sitio. Todo con mimo y esmero, como hasta ese entonces había hecho ella siempre. Fueron meses hermosos en aquella casa. Hacían el amor delante de mí, leían en el sofá de mil posturas distintas y abrían botellas de vino por las noches. Con el tiempo empezaron a distanciarse, con la distancia llegó el silencio, con el silencio, la indiferencia y se olvidaron de mí. Ya nunca me bajaban de la estantería, ni él, ni ella. Me llené de polvo. No volví a vibrar. No volví a verla. He terminado apilado en una caja cerrada y oscura, quizá nos estemos mudando. Quién sabe.

   

miércoles, 26 de enero de 2022

domingo, 2 de enero de 2022

LENGUA, 8ºA

LOS ORDENADORES
   El mundo de los ordenadores es infinito. Cada día puedes aprender una palabra o una cosa nueva que te gusta más que lo que has aprendido antes.
   Aunque des clases de informática, no aprendes todo pues este gran mundo necesita estudio individual. Tienes que estar en tu casa con tu ordenador y estudiándolo tú solo para que aprendas mucho más.
   Muchas personas creen que los ordenadores son solo para jugar, pero están equivocados pues se pueden hacer infinidad de cosas con ellos.
   Hay muchos programas que te permiten hacer distintas cosas (según las quieras realizar tú) como por ejemplo: dibujar, escribir, poner agenda, bases de datos etc…
   También hay otros programas que te permiten hacer otros programas como tú lo vayas a utilizar. En estos programas tú puedes poner lo que te apetezca y lo que vayas a utilizar.
   Como se puede observar, lo que estoy contando de los ordenadores, no son cosas acerca de los juegos divertidos, estos, solo son para cuando estes un poco cansado de los programas, de los archivos que has hecho…, en ese momento es cuando hay que ponerse a jugar, pues si no podrías dejarle a un lado (el ordenador), aburrirte de él y no cogerle más.


lunes, 27 de diciembre de 2021

Libros 2021 (🚧)

Un buen libro hace que el día se te pase más rápido. Se levanta uno más contento, espera con ansiedad infantil el momento de lectura y, una vez entre las manos, la mente vuela lejos de cualquier preocupación. Estos son los libros que he leído en 2021.
Este año se suman a los libros leídos el descubrimiento del mundo cuento, con Cortázar y Borges a la cabeza.

viernes, 24 de diciembre de 2021

Orillas de luz y geometría

Noche de atención
    excedida y agitada.
Fin de la novela,
últimos naufragios de mar confesional,
    decorado e interior.
Novela lírica,
entrañas de un escritor,
cincel dorado y puntillista.
Tiempo intermitente,
    frecuencia invernal,
        geometría ennochecida,
orilla oscura
del día que termina,
zozobra de un alma
sugerida y sugerente.
Páginas concéntricas cerrándose
sobre sí mismas,
descanso merecido y diletante,
espera de figuras,
    guindas y requiebros de lenguaje.
Sintaxis adornada de memoria,
arquitectura tipográfica.
Semántica mimada
de caprichos y colores.
Costas alcanzadas de arena,
aroma nubeloso de algodón.
Metamorfosis de éter,
    ojos aguilados.
Bosques horizontales de lexemas,
                            caricias cantadas.
Hojas de literatura perenne,
            rectangular y profética.
Palabras salientes,
untadas y engendradas,
guardadas en memoria
de buhardilla,
    vertical y descendida.

Eduardo de la Cruz

jueves, 9 de diciembre de 2021

¡Amo tlahueliltiqueh!

“En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón, puro y solo”.
Octavio Paz

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Embriagados de oro, mujeres y licor, no lo han visto venir. Siempre sucios y violentos, con sus pieles plateadas impenetrables y su aliento pestilente. Estos demonios salvajes que vinieron del mar en los estómagos de sus acallis inertes de madera, guiadas por los vientos de algún teoyocoyani vengativo. Son caprichosos, cogen todo lo que se les antoja, sin medida, sin permiso. Sueltan a sus itzcuintin de fauces monstruosas y los lanzan contra nosotros por el placer puro de ver cómo nos descuartizan, sin respeto alguno por la vida ni por la sangre. Son muertes vacías. Ni tan siquiera nos sacrifican ante su dios, un dios que nos quieren imponer, un dios que los ha abandonado a su suerte. Traen los dientes y el yolotli negros. Contagian, hacen enfermar y provocan delirios y sudores con solo tocarlos. Montan sobre bestias de cuatro patas que ríen, escupen y aplastan con facilidad las cabezas de los míos. ¡Los míos!

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Ya no sé quiénes son los míos. Yo, ne notoka Malinalli Tenepal, hija de príncipes, vendida por mi propia madre a otro pueblo, regalada como esclava a estos bárbaros. Yo, que estoy llamada a ser nantli de todos los mestizos. Mi única lacra es ser conocedora de lenguas. Estigma y vergüenza de mi propia raza para toda la eternidad. ¿Qué podía hacer yo más que aprender su lengua? Ellos, que ni siquiera saben pronunciar mi tocaitl, Malintzin. Ellos, que me han bañado en su religión con un nuevo nombre, Marina. No me reconoceré en los labios de mi hijo. Será su dios quien me utilice para esparcir tortura y sufrimiento. O acaso, para paliarlo. Sobre mí, solo desdicha y abuso. Y este hombre, Cortés, mi tecohtli, que llora desconsolado. Al menos hoy no me violará como tantas otras noches.

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Ayer, altivos. Hoy, tristes como la yohualli oscura. Las lágrimas malditas de mi amo riegan las raíces de este árbol viejo del agua. Un añejo ahuhuetl que no merece esos llantos. Un árbol cuya semilla recorrerá mares y vivirá por siempre solitaria al otro lado del océano, en la tierra de donde partieron estos incautos. Será su castigo, el exilio. Volverá y será dueño y señor, pero hoy, tocan lloros y lamento. ¡Choquilitzatzi! Lamento por la vanidad herida. Lamento por un ejército, arrasado, que se ahoga al fondo de la escena. Soldados que, atravesados por las flechas aztecas y degollados por sus tlaxotlahuiqui, se hunden en un lago teñido de rojo. Mueren ricos. Son incapaces de nadar con los bolsillos llenos de oro. Un oro que se hunde con ellos. ¿Quién puede escapar de la avaricia? Lamento, quizá, por un pueblo enemigo al que admira y que esta noche, con su victoria, ha sellado el inicio del fin de su esplendor.

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Exiliados en su propia tierra, expulsados por sus vecinos, sometidos por todos aquellos a los que darán nombre. Mexicas. Ahuichayotin en busca de un hogar, solo les permitirán asentarse en una zona pantanosa y yerma, rodeada de cerros. Es ahí donde desplegarán su arte y su sabiduría. Un destello fugaz del esplendor de un continente al que se le ha hecho tarde. Crearán canales, construirán pirámides y someterán a sus hermanos bajo lanzas y tributos. Conquistadores conquistados. Hermanos que ahora son enemigos resentidos, llenos de envidia y resignación. Hermanos bastardos que se arrodillan antes Motecuhzoma Xocoyotzin, señor sobre todos los señores, titular de todas las américas, cuyo final es inminente. Caerá apedreado por los suyos. Hermanos llenos de odio que se ofrecerán como teyaotlanime bajo el mando del ejército invasor; unos pocos dioses llegados a las costas del este cuyas manos son capaces de lanzar truenos que hacen agujeros en las carnes. Dioses cuyo único mérito es canalizar frustraciones y enojos como líderes de una rebelión de pueblos indígenas. Pueblos que, una vez sometidos, aprenderán su lengua, practicarán su religión y ofrecerán a sus mujeres para formar una nueva sociedad. Todo eso sucederá a su debido tiempo, pero esa noche, solo se escuchan llantos y gritos. Los suspiros de los vencidos bajo el árbol y el júbilo de los vencedores. ¡Amo tlahueliltiqueh!

martes, 30 de noviembre de 2021

«¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?».

San Agustín de Hipona (Confesiones, XI, XIV, 17).

sábado, 20 de noviembre de 2021

El universo ampliado o la literatura

¿Existen los personajes literarios antes de ser escritos? O acaso nacen con el roce de la pluma creativa del escritor sobre el papel blanco y virgen. El viaje de un personaje empieza con una idea, un chispazo que surge en la mente del autor. Si la chispa no se apaga y el escritor es constante, prenderá un fuego de líneas, párrafos y capítulos. Y, si dios quiere, ese fuego arderá en los ojos del lector, uno o cientos. 

¿Qué ocurre si la chispa no prende? Difícil cuestión. Podemos pensar que el personaje, aún vago y difuso, sin forma ni fondo, vagará errante en un limbo literario por toda la eternidad; inconsciente, quizá, a la espera de que el hálito de otro autor u otra época, le insufle la vida denegada. No es objeto de este ensayo preocuparse de estas almas literarias, huérfanas y desamparadas. Y sí, divagar sobre aquellos personajes a los que el artesano barniza o esculpe en sus cuadernos.

¿Es el personaje consciente de su creación?
¿Es el personaje consciente de su creación? No hay razón ni experiencia que sustente tal teoría. Su consciencia flota inerme en una nebulosa estática a la espera de una nueva atención por parte de su creador. A través de descripciones y hechos, prosopografías y etopeyas, el autor perfila la figura del personaje, las cualidades y su personalidad. El prototipo de un David escondido bajo el mármol. Unas cuantas notas sobre el pentagrama a las que se van añadiendo armonía y ritmo hasta componer una sinfonía completa.
 
¿Será capaz el protagonista de escuchar su propia sinfonía? Es tentador pensar que sí, que el personaje adquiere vida propia una vez se separa de la punta de la pluma que lo escribe y lo dirige. Es, en ese entonces, liberado de la atención y el mandato del creador, cuando el personaje juega con su personalidad y se estudia a sí mismo, en un proceso de auto-experimentación. Crece y evoluciona bajo designios artísticos inexplicables. Cuando el autor regresa, se encuentra a un personaje distinto, más completo y autónomo. Lo sigue viendo con ojos paternalistas, pero acata la ineludible sentencia de la emancipación filial. Una emancipación del personaje que nunca será completa pues está ligada al papel inseparable que le cobija y lo circunscribe. El personaje no podrá atravesar el muro de la portada, ni escaparse por la contraportada. Una jaula de papel que encierra un espacio infinito.
 
¿Qué ocurre cuando cerramos el libro? He aquí el gran misterio literario y sus dos extremos. Por un lado, la sensación nihilista de que los personajes entran en un estado narcótico perpetuo, suspendidos en el tiempo y en el espacio, a la espera de un nuevo lector o bien, de uno antiguo y nostálgico. Seres inanimados sin desarrollo ni vidas propias. Una historia vivida en bucle que, en la última página, inyecta algún tipo de amnesia retrógrada y hace que la historia vuelva a empezar y los personajes regresen al sitio de siempre, de nuevo, por primera vez. Como una manta tejida y destejida eternamente por las agujas de los lectores. ¡Qué desolador! Por otro lado, la osada y gozosa posibilidad de una espera entre bambalinas, personajes que juegan al escondite. Cuando el lector mira, se muestran, resucitan, si es necesario, y actúan según el papel que les ha tocado interpretar. Pero mientras aquel no mira, su universo se expande y viven, se relacionan, se enamoran, se equivocan, buscan la felicidad y recorren su propio camino. 
 
Es así como imaginamos a Sancho, melancólico, echando en falta a su señor y cepillando a Rocinante; imaginamos también a Ulises charlando animosamente con Phileas mientras planifican, juntos, nuevos viajes; vemos a Gregorio Samsa, armándose el disfraz de insecto cada vez que es llamado a escena, y a Sinhué, que le recuerda el carácter sagrado de los escarabajos en su antiguo Egipto; «¡No es un escarabajo!»; corrige a gritos un irritado Samsa; podemos ver también a Romeo y a Julieta enfrascados en su enésima disputa de pareja; a Akaki Akákievich paseando y presumiendo, una y otra vez, su flamante capa; a Poirot dudando frente al espejo, por un instante, si dejarse barba; a Hawkins actualizando sus antiguos mapas en papel con datos sacados de internet, en busca de nuevos tesoros; a Úrsula y sus extrañas apariciones, casi incorpóreas, que asustan y desasosiegan a todos; a Alicia, sin poder moverse, con la barriga hinchada de pastelillos; a Midori y su infatigable entusiasmo hablando con Hari Seldon sobre el futuro de la humanidad; a Montag, almacenando y organizando, cual bibliotecario, todos los libros que caen en sus manos; a Eliza y su infinita capacidad de esparcir un amor limpio a su alrededor. Los sábados, al atardecer, se juntan el universo literario con el cinematográfico y ven películas, charlan sobre libros y bailan, con el móvil de guardia en el bolsillo, no sea que algún lector hambriento y anheloso requiera, de inmediato, su presencia urgente.

La primera vez


La primera vez que nos conocimos apenas me fijaré en ella. Y sí, la primera vez, porque nos conocemos muchas más veces. La mayoría de las veces seremos humanos. Pero también fuimos astros, ella, planeta y yo, satélite. Estuve orbitando a su alrededor durante más de doscientos mil años, hasta que un cometa nos distanció. También seremos bosques, ella, un robledal hermoso, yo, jungla salvaje. Un océano nos separa, por lo que tuvimos que ser pacientes y esperar. Quizá sea cierto que todos los árboles se comunican entre ellos, pero yo no recibiré ningún mensaje suyo. Solo en una ocasión fuimos vientos. Viajamos juntos de norte a sur, recorrimos mesetas y escalamos cumbres. Pero donde más disfrutaremos será surcando mareas y sujetando el vuelo de bandadas de las aves que emigraron. Al llegar a la costa nos separaremos y no volvimos a coincidir hasta pasadas decenas de estaciones, en una cosecha de maíz. Casi al principio, los dos fuimos átomos. Quise acercarme y hablar con ella, pero había tal enredo cósmico que, en un descuido, choqué con otro átomo y me convertí en luz. Nunca volveré a viajar tan rápido. Aún siento como el aire infla mis mejillas. Aquella otra vez seré minuto y ella, segundo. No nos entenderemos, me hablará a un ritmo tan pausado que tendré que contar hasta sesenta antes de poder responderle. 

La primera vez que nos conocimos ella era pensamiento y yo voluntad. Viajaba rodeado de otras voluntades, buscábamos ejercicios y labores. No tendré tiempo de fijarme en ella. Quizá me distraiga. También fuimos sabores, ella agridulce, como una salsa de miel y almendras, yo, ácido, como un limón joven. Nos juntaremos en muchas bocas y, algunas veces, me sabrá a canela. Somos letras y saltamos de una línea a otra en novelas, panfletos y diarios de viaje. Jugaremos al escondite y al pilla-pilla. Como ambos fuimos consonantes, tendremos que emigrar al norte para encontrarnos. Crecimos y ella se transformó en prosa y yo, en el verso suelto de un poema olvidado en un cajón. Nunca fuimos todavía ni dinosaurios, ni rocas, ni fuerzas. Siempre somos, sin embargo. Una vez seré ruido y ella, silencio. Recorreré incansable el universo tras ella. En un yermo gesto, intentaré coger su mano. Al instante, huirá. Como huye la realidad cuando cierras los ojos. Más adelante, seré amanecer y ella, estrella. Nos reunimos al alba, a escondidas. Nadie puede saberlo. Será un lunar que se dibuja en mi rostro. Tintinea y se desvanece. Esperaré una mañana más. Por fin soy agua, un vapor, una gota condensada que viaja en la barriga de una nube. Ella, tierra. Me precipito y caigo sobre ella. Golpeo la superficie y la remuevo. Me adentro en ella. Nutro plantas, me evaporo y volveré a ser algodón, en ciclos interminables. Una vez seré una recta dibujada por el trazo fino de una pluma y ella, un plano ilimitado en las dos dimensiones. Solo pudimos cruzarnos en un punto fijo. Doblegado, uno tras otro, me fundiré con ella como el acero en la forja. Fui destino y ella, camino. A pesar de que yo avanzaré lento, como tortuga y ella veloz, como liebre, nunca pudo alcanzarme. 

También fuimos prisma y rayo disperso, pirámide y templo, hogar y lugar recóndito. Aún nos quedará ser montaña y cueva, axioma y evangelio, sombra y reflejo. Pero la primera vez que nos conocimos, como ya he dicho, ella es pensamiento y yo, voluntad. Y apenas me fijo en ella. Solo cruzamos la mirada durante un breve instante que durará millones de años, juntos, pensamiento y voluntad, nos convertimos en acto. Desde aquel entonces, ya siempre nos volveremos a juntar, ya nunca nos volvimos a separar.