Puse la caja en lo alto del armario, inaccesible a la vista. Me enfurecía solo de pensar en tus discos. Pero hace ya mucho tiempo de aquello y ahora no sé qué hacer con la caja. Lo más lógico sería devolvértelos, pero pasó mucho tiempo hasta que te acordaste de pedírmelos. De un día para otro apareciste de la nada y me exigiste los discos. Tu despreocupación hasta entonces había sido total y en cierto grado, dolorosa. Me los pediste con insolencia, en tono amenazante. ¡Como si de algún modo yo te los hubiese arrebatado! Ni los discos ni yo merecíamos ese trato. Así que decidí no devolvértelos. Quizá, por rencor. Quizá, porque estaba cansado de solucionarte siempre los problemas. El caso es que ahí están. He pensado en venderlos por internet. Estoy seguro que me sacaría una buena suma de dinero. A veces creo que simplemente los dejaré al lado de un contenedor de basura. Así ya no ocuparan más espacio en mi armario, ni en mi cabeza. Tal vez algún día me dé por mandártelos. Quién sabe.
Mientras lo decido, bajaré la caja del armario, sacaré uno de los vinilos de Janis, lo limpiaré cuidadosamente y accionaré el tocadiscos.


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