sábado, 11 de junio de 2011

Change (II)

Una amiga mía, nada más terminar de leer la primera parte de esta entrada (Change I), me dijo taxativamente: "me gusta lo que dice, pero yo creo que las personas no cambian". Tras los oportunos escalofríos, me dispuse a indagar y analizar qué es lo que fallaba. Por cuál de los agujeros se estaba escapando el agua, por cuál persiana estaba entrando la luz.

Cada célula de nuestro cuerpo se regenera, en promedio, cada siete años. Así empezaba. El resto de la exposición se basaba en una parte de la frase: "cada siete años". Entonces lo vi claro, faltaba desarrollar "en promedio".

Porque todas las células de nuestro cuerpo cambian y se regeneran. Pero no todas a la misma velocidad. No todas tardan el mismo tiempo. Las células de la capa externa de la piel se regeneran en apenas unas dos semanas. Los glóbulos rojos se renuevan cada ciento veinte días. Las células de nuestros huesos viven unos diez años.

Y lo mismo ocurre con las personas. Cada uno de nosotros tiene su propio tiempo de regeneración, de renovación. Hay personas que están continuamente renovándose, reinventándose, adaptándose a su medio social y cultural. Personas con mentes camaleónicas que analizan su entorno con la velocidad a la que se mueve un fotón. Otras, sin embargo, tardan años en reciclarse y cambian sus ideas con la misma rapidez con la que se formaron los continentes. Les cuesta más entender qué está sucediendo a su alrededor.

Las personas que no tienen miedo al cambio, se analizan a si mismas y a su entorno constantemente. Es así como detectan las ideas que deben regenerar y mejoran sus formas de ser, de pensar y de estar. Y el cambio atrae al cambio. El cambio nos mantiene vivos, atentos y despiertos a nuevos cambios. Nos mantiene conscientes dentro de nosotros mismos y dentro de nuestro entorno.

Pero también dentro de nosotros, de nuestras ideas, tenemos glóbulos rojos y huesos. Tenemos ideas que no nos cuesta en absoluto adaptar, repensar e incluso reinventar. No nos sentimos amenazados si cambiamos de opinión en ciertos aspectos o bien si creamos nuevas opiniones o formas de pensar. Otras ideas, sin embargo, son huesos duros en nuestra cabeza que nos resistimos a regenerar. Nos da miedo reciclar estos huesos mentales por si terminan afectando a nuestra peculiar e inconfundible forma de ser. Nos asusta repensar nuestros principios por si terminan convirtiéndonos en otra persona.

Si nuestro cuerpo biológico mostrase el mismo recelo al reciclar nuestros huesos, a los diez años terminaríamos desplomándonos contra el suelo, como un esqueleto incapaz de soportar el resto de órganos de nuestro cuerpo. No podríamos dar ni un paso más.

Un cuerpo humano adulto tiene alrededor de cinco millones de glóbulos rojos por cada centímetro cúbico de sangre, mientras que, huesos, tiene un total de doscientos seis. Es como comparar el océano pacífico con una gota que cae del grifo de mi cocina. Pero si intento extrapolar este dato a la sociedad algo no funciona, no cuadra. Es quizá esto a lo que se refiere mi amiga. No veo en la calle millones de humanos "glóbulos-rojos" y sí me da la sensación de ver millones de humanos "huesos". Quizá por eso parece que las personas no cambian, porque la mayoría de las personas no son capaces de regenerarse periódicamente.

En cualquier caso, intentaré no salirme nunca del torrente sanguíneo.

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