miércoles, 4 de agosto de 2010

Buzones amarillos...

No he tardado mucho en encontrar uno.
Llevo un par de días con el pendiente de enviar una carta por correo postal, también llamado correo ordinario, creo. Aunque de ordinario, en su acepción de suceso habitual, tiene ya poco. No me viene muy lejos la oficina de correos, pero no quería demorar más el envío, así pues, he buscado un buzón, circular, amarillo, con sombrero, de los de toda la vida. He levantado la visera que trae la ranura por donde se echan las cartas y he dejado caer la mía. No puedo creer la inseguridad y desconfianza que me ha invadido, he sentido mil dudas acerca de la fiabilidad del sistema. ¿Llegará la carta? Supongo que hacía años que no echaba una carta al buzón, y la falta de costumbre (de hecho no sabía ni en qué lado había que poner el sello) es la que me ha generado tanta incertidumbre.

Me ha venido a la cabeza, de repente, como el chispazo de un fogón o el rayo de una tormenta, todas las veces que eché cartas a un buzón en el pasado.

Hubo un tiempo en el que no existía el correo electrónico. Increíble. Y un tiempo nada lejano, por raro que parezca. La única manera de mantener el contacto con amigos de otras ciudades, hechos en campamentos de verano, generalmente, era el intercambio de cartas. Cartas escritas en papel, a boli, dobladas, guardadas en un sobre de cuarto de folio, señalizadas con sellos de veintipocas pesetas. Hubo un tiempo en el que alrededor del envío de una de estas cartas giraban todos mis días de la semana, una semana tras otra.

Al parecer, siempre he tenido tendencia por las relaciones de larga distancia. Inexplicablemente. A los dieciséis años salía con una chica que vivía en una ciudad a cien kilómetros de la mía. Nos veíamos todos los fines de semana (lo que daría hoy), pero entre semana estábamos separados. Hablar hoy en día de cien kilómetros parece irrisorio, pero en una época en la que no existía el coche (para mí), ni los teléfonos móviles, ni el correo electrónico (para el mundo entero), se me hacía una distancia tan grande como pueden ser hoy en día casi diez mil kilómetros.

Toda mi semana, como ya he dicho, giraba en torno al envío de una carta a mi chica y, sobre todo, a la recepción de la correspondiente respuesta. Eran cartas de varios folios donde, supongo, nos contaríamos mil y una ideas y sueños que nos pasasen por la cabeza. Las cartas tardaban uno o dos días en llegar, así que el lunes, o martes a más tardar, la carta ya debía estar escrita. A veces los miércoles, con sorpresa, a veces los jueves, con ansia, a veces los viernes, con desesperación, al llegar a casa del instituto, ahí estaba, encima de mi escritorio, su carta, la razón de mi semana.

Hoy en día, no me genera ningún tipo de emoción abrir mi buzón. Sólo recibe cartas mecanizadas y alargadas, del banco y del mercadona, principalmente. Ya he olvidado la sensación y la emoción que producía recibir una carta con mi nombre escrito a mano y recogerla como si tuvieses un auténtico tesoro en la mano. La última vez que eso ocurrió fue hace dos años, me escribió Andy Warhol, desde Barcelona.

3 comentarios:

  1. Sabias que cuando yo era niña también me encantaba escribir cartas, y tenía amigas por correspondencia que les decía “pen pals”. Ahorita que estoy pensando en eso me acuerdo de dos, con la primera nos mandábamos calcomanías, hojas de diferentes caricaturas, etc... Era súper divertido y en verdad, así como tú lo dices, esperar la contestación era lo mejor, y sí se sentía como si fuera un tesoro cada carta, que pena que ya ni sé dónde están.

    Que emoción acordarme de palabras como: destinatario, remitente, código postal, país… jaja tengo una sonrisa en la cara. Yo creo que ya pronto vas a tener cartas más emocionantes que las del mercadona y las del banco. Y bueno, te llega el catálogo el ikea, no? ese sí que es emocionante, no?

    Al leer lo que escribiste sobre las llamadas, sentí la sensación entre nervios y no sé que de hablar a cualquier lado y que no te conteste la persona a la que buscas, y siempre es como una incertidumbre rara, no? que claro que eso ha cambiado con tanta tecnología como los celulares y hasta los identificadores en las casas.

    Al pensar en esto, como que extraño lo de antes, era emocionante no encontrar a las personas a la primera, no? como ese “esfuerzo” que no se cómo describirlo de otra manera, pero ese sentimiento por ejemplo yo creo que ya no existe y no existió para las generaciones más chicas que nosotros. Y juntando con lo de las cartas, por ejemplo, los jóvenes-adolescentes ya no han de saber cómo escribir los datos en el sobre, no crees?

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  2. El correo postal no solo puede ser ordinario, puede ser urgente, certificado, certificado con acuse de recibo, etc. :-)

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