No hay dios que lo entienda. Yo no, al menos. No soy como el gato, pero siento que a veces estoy muerto y vivo al mismo tiempo. Alegre y triste. Enérgico y cansado. Eufórico y deprimido. Feliz y melancólico. Ágil y pesado. Veloz y lento. Como una superposición de estados físicos y anímicos antagónicos. Y no siempre consigo abrir mi caja de madera para definir claramente un estado u otro, por lo que esta dualidad indefinida adquiere un carácter atemporal. Es como si existiesen “yoes” distintos en cientos de universos paralelos, interactuando entre sí, sin coherencia aparente.
La vida del gato depende entonces de los electrones. La teoría explica que estos son al mismo tiempo onda y partícula. En función de la naturaleza del experimento que realicemos, responden de una manera u otra. No soy un electrón, pero me comporto igual. Según lo que busque dentro de mí, eso es lo que encuentro. Si busco la felicidad en mi interior, la hallo. Y al mismo tiempo, si me pregunto por la desdicha, también aparece. Si me pregunto si quiero saltar, respondo con ganas de brincar. Y en el mismo instante si me pregunto si estoy cansado, me apetece tumbarme en la cama.
Y es así como, en medio de todo este caos de estados superpuestos, encuentro el orden. Yo decido qué preguntas hacerme. Yo determino el “yo” que prevalece de entre los diferentes universos. Así es como dirijo mi vida. Y aunque, como todo sistema de caos, no se puede describir con una constante o explicar con una ley física; y aunque es imposible la predicción a largo plazo, siento que me estoy haciendo las preguntas adecuadas.
He abierto la caja, el gato está vivo. Gracias a dios.
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