
Esta mañana me levanté temprano. ¡Bien! Desperezarse con todo el tiempo del mundo, sin prisa alguna, es agradable. Llegué al baño y tras aplicarme espuma me dispuse a afeitarme. Con la primera incisión de la cuchilla me corté... en la nariz. Sí, sí, en la nariz. No dispongo de moviola para ver qué cojones he hecho para cortarme en la nariz. Y claro, me he puesto a sangrar como un cerdo el día de su calvario gastronómico. Pensé que hoy no sería un buen día. Porque hay días que sí, y días que no.
No todos los días son igual de importantes, a pesar de lo que diga la literatura vitalista barata. Hay días que marcan cientos de días posteriores. Días que nacen en un momento o en una decisión tomada un día en particular. Y son decisiones que pueden durar segundos. Voy o no voy. Llamo o no llamo. Pregunto o no pregunto. Otras, son decisiones de más calibre. Estudiar esto o lo otro. Escoger este trabajo o el otro. Tener un hijo ahora o más adelante. Incluso hay un último grupo de decisiones que son completamente aleatorias. El lugar donde sentarse el primer día de clase. El rincón más despejado de un bar.
Algunas de estas decisiones se perderán en el tiempo. Apenas tendrán repercusión. Pero otras, sin darnos cuenta en ese momento, marcarán miles de instantes futuros. Me he puesto a pensar. Intento buscar el momento exacto del día en el que se fraguaron los momentos más relevantes de mi vida. Y me sorprendo, porque puedo encontrarlo en la mayoría de ellos.
Seguro que vine a estudiar a madrid porque en algún momento preciso de algún día en particular leí, escuché y valoré esa opción. Me quede a vivir aquí porque el primer día de universidad me senté delante de Luis. Compré mi casa un día en que Rebeca me llamó a las once de la noche para darme el teléfono de una habitación que alquilaban por ciento ochenta euros. Empecé a trabajar el día que me crucé con Miguel viniendo del autobús. Viajé muchos días, el día que Luis conoció a Cesar. El día que mi hermana Esther leyó el boe. El día que me enteré que habría un eclipse de sol. El día que decidí ir un miércoles a un antro...
Me intriga el pensar que un pequeño instante, insignificante a priori, pueda afectar tanto a mi futuro, desembocando un tsunami de sensaciones y experiencias vitales futuras, como una especie de efecto mariposa, cuyo aleteo hoy puede hacerse sentir en forma de huracán al otro lado del mundo mañana. Y ese efecto sólo puede verse con el paso de los días. Así que, quién sabe que me deparará mi nariz lastimada.