
El programa napster, junto con la velocidad de conexión de la primera empresa donde trabajé (como becario, evidentemente) me permitieron hacerme con un montón de recopilaciones de música pasada, así como con cada nuevo disco que salía de cualquiera de mis grupos favoritos, y no tan favoritos.
Mientras yo grababa, y guardaba en las estanterías, mis recopilaciones en cedes de 74 minutos (siempre había alguna canción que no cabía hasta que llegaron los cedes de 80 minutos); mientras, como digo, las grandes multinacionales discográficas intentaban acabar, con más o menos razón, con esta nueva y revolucionaria forma de transmisión músico-cultural. Pero para cuando abrieron sus paraguas legales, el diluvio napster (el cual consiguieron apagar) había derivado en la filosofía “todo de todos” y surgieron nuevas redes p2p (por aquel entonces emule) que permitían el intercambio ya no sólo de música, sino de todo tipo de información, como videos, libros, documentos,…
Cuando descubría un nuevo grupo, a partir de alguna de sus canciones que escuchaba en la radio o en algún bar, pasé de bajarme, no sólo la canción o incluso el disco completo, sino la discografía entera. Llegué a tener más música en el ordenador de lo que podían aguantar mis estanterías. Y así empecé a grabar la música en los cedes directamente en formato comprimido emepetrés. Sacrificaba poder escucharlos en mi radiocede e incluso, cuando me lo dejaban, en el coche de mi madre (con un fantástico cargador de seis cedes).
Pero como en aquella época solía moverme en transporte público, para poder escuchar mis cedes en emepetrés, me compré un reproductor de cedes, al estilo walkman, de pilas (recargables), que “leía” emepetrés. En cada viaje en metro, podía elegir entre siete u ocho discos completos, con todas sus canciones, que cabían en cada cede. Fue otro de los grandes acontecimientos hasta ese momento de mi vida pre-adulta. Poco más tarde todas las mini-cadenas musicales leerían emepetrés y las radios de los coches soportarían ese formato.
Y llegó el día que cambié el transporte público por mi coche. Y llegó el día que cambié mi radiocede portátil (al estilo walkman) por un ipod, mucho más práctico, cómodo y con más capacidad que los asombrosos, en su día, cedes de emepetrés. Y me pregunto si también llegó el dia en el que acumulé más música de la que podía escuchar en toda una vida. Y veo que no. Hago mis cálculos, mis más de trescientos gigas de música acumulada no me llevarían ni siquiera un año entero escuchándola ininterrumpidamente. Así que supongo que tampoco es tanta música.
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